Las
flores parecían mustias,totalmente afligidas.
El
sol aterrado,silencioso sobre las montañas.
La
escarcha vestiría de blanco hasta las pequeñas acacias del
desierto.
Los
nietos del viejo pastor devoraban un ruin pedazo de pan como el mayor
de los manjares.
A
las orillas del río,las mujeres con ajetreo zarandeaban sus trapos.
¿Y
Alfonso?-balbuceó con gran pudor la profesora Matilde.
Desde
la ventana,la clase perpleja observaba como la figura de su compañero
se disipaba en cuestión de segundos.
El
clamor del patio,alborotando así el aula como si de un circo se
tratase.
Los
labradores exprimían el sudor de sus camisas con su guadaña al
hombro.
La
Iglesia colmaba de admiración y respeto al pueblo,suprimiendo
cualquier exclusión.
El
gallo que nunca quedaría rezagado,ni defraudaría a sus
incondicionales.
El
tiempo,quizás esas torrenciales lluvias aventajando siempre el
dominio del aldeano.
Las
muchachitas comenzando a cubrir sus delicados tobillos,prensivas ante
el frío de aquella temporada.
El
blanco, tan puro y limpio,impregnaba pura
inocencia.¿Impregna?No,impregnaba.O eso nos contó la abuela de su
mocedad.
Las
generosas cazuelas que abastecían el apetito de cuantiosas manadas.
La
humildad de sus miradas,la lealtad hacia el caporal o su hermosa
campechanía dispuestas a embellecer de vigor a sus extensos campos.
La
nostalgia se esfumaba en misteriosos suspiros,allí las princesas no
vestían con su ajuar y los príncipes preferían cabalgar descalzos.